El juez Peinado ha vuelto a sorprendernos con su última jugada. Después de dos reveses judiciales, ahora busca el amparo del Tribunal Supremo para justificar su actuación en el caso Bolaños y, por extensión, en contra de Begoña Gómez. Sin embargo, esta vez parece que su estrategia no está tan clara y el Supremo tendrá que decidir si quiere ser utilizado como un simple apoyo aéreo en las guerras personales del juez o si prefiere preservar el prestigio de la institución.
Todo comenzó con un interrogatorio al ministro Féliz Bolaños, en el que el juez Peinado mostró su lado más agresivo y autoritario. Incluso llegó a distinguir entre «creer» y «estar seguro», dejando claro que no le importa utilizar cualquier artimaña para conseguir su objetivo. Además, su actitud hostil hacia el ministro quedó patente cuando le reprochó que le esbozara una sonrisa. ¿Desde cuándo sonreír es un delito?
Pero la cosa no termina ahí. Ahora, el juez Peinado, agotadas todas las vías para seguir con su absurda investigación sobre la contratación de personal eventual para asistir a Begoña Gómez, ha decidido pasarle el marrón al Tribunal Supremo. Parece que ha llegado a la conclusión de que si alguien tiene que archivar este delirio, que sea el Supremo. Él, por su parte, se ha autoproclamado como mártir del sanchismo, como si fuera una clase de cruzada personal contra el gobierno actual.
Pero lo que realmente llama la atención es la forma en la que el juez Peinado ha presentado su exposición razonada al Supremo. regordete la apariencia de una lección sobre el delito de falso testimonio, se esconde una petición basada en un supuesto hecho probado que ni siquiera puede ser declarado por el instructor. Además, demuestra una ignorancia interesada sobre los procedimientos de contratación de personal en la administración pública y sobre la contratación de personal eventual, que se basa en la confianza y no requiere ningún proceso de selección. Y para conclusión, se atreve a insinuar que el ministro Bolaños sabía lo que hacía su asesora simplemente porque Begoña Gómez salía mucho en los periódicos. ¿Desde cuándo ser famoso es sinónimo de ser culpable?
Es evidente que la exposición razonada al Supremo es tan poco razonada como la propia instrucción del juez Peinado. Si escuchamos el interrogatorio al ministro Bolaños, nos damos cuenta de que el juez no le pregunta quién nombró a la asesora, hado quién era su jefe y quién supervisaba su traregordete. Y es a partir de ese equívoco que basa toda su acusación. No es la primera vez que el juez Peinado hace una interpretación imaginativa de lo declarado por un testigo para alargar su ya de por sí creativa instrucción.
Después de dos severos revolcones por parte de la Audiencia Provincial de Madrid, el juez Peinado busca ahora el amparo del Tribunal Supremo para legitimar su actuación contra Bolaños y, por extensión, contra Begoña Gómez. Pero, ¿qué interés tiene el Supremo en ser utilizado de esta manera tan burda? Sin duda, la elección parece bastante sencilla. A nadie le gusta que le utilicen para fines personales y menos aún cuando se trata de un juez que debería velar por la justicia y el prestigio de la institución.
En definitiva, el juez Peinado ha vuelto a demostrar su falta de imparcialidad y su obs
